The Smashing Machine, dirigida por Benny Safdie, logra lo que parecía imposible: hacer que Dwayne “The Rock” Johnson entregue su mejor interpretación hasta la fecha. Aunque Johnson es uno de los actores mejor pagados de Hollywood, sus papeles suelen quedarse en el entretenimiento puro, encasillado en taquillazos de acción o comedias flojas. Aquí, sin embargo, se transforma en un rol que lo saca de su zona de confort, casi irreconocible, en una interpretación exigente tanto física como emocionalmente. Benny Safdie, conocido por reinventar actores como Adam Sandler en Diamantes en bruto o Robert Pattinson en Good Time, repite la fórmula al meter a Johnson en un terreno dramático que no le es habitual, sacando lo mejor de él.

Como película de boxeo, The Smashing Machine sigue un patrón conocido, similar a clásicos como Toro salvaje, Million Dollar Baby, Rocky, The Fighter o Cinderella Man. Estas cintas suelen girar en torno a tres pilares: el ascenso del luchador (Rocky), las adicciones (El luchador) o los conflictos familiares (The Fighter, Cinderella Man). Esta película intenta abarcar los tres, pero se queda en una tierra de nadie, sin decantarse por ninguno. Aunque está inspirada en hechos reales, el guion no define claramente a sus personajes, especialmente al de Emily Blunt, que parece mal escrito o poco desarrollado. Incluso el protagonista de Johnson tiene altibajos, dejando escenas confusas que no terminan de cuajar.

La película arranca con fuerza, reminiscentes de Diamantes en bruto, con un combate en marcha que promete intensidad. Sin embargo, pronto cae en una repetición de clichés del género: combates intercalados con dramas familiares que se sienten forzados, casi obligatorios, como si el director los incluyera sin entusiasmo. Comparada con Diamantes en bruto, donde los hermanos Safdie brillaron con una narrativa vibrante, esta cinta parece desganada, repitiendo fórmulas sin arriesgar. Es una pena, porque el potencial estaba ahí, especialmente con el gran trabajo de Johnson.

El punto más destacable, además de la actuación de Johnson, es la banda sonora. Similar a Diamantes en bruto, la música refleja el caos interno del protagonista, pero también una paz que no encuentra en su vida personal ni profesional. Incluye canciones seleccionadas por Safdie, con letras relevantes para la trama, aunque es un error que no estén subtituladas, ya que pierden impacto para el público no angloparlante. A diferencia de Tarantino, que usa canciones por su estética en la escena, aquí las letras son narrativas, y subtitularlas habría enriquecido la experiencia.

Pero el problema de fondo puede estar en la separación de los hermanos Safdie. Juntos, crearon joyas como Diamantes en bruto o Good Time, con un sello autoral único. Por separado, como los hermanos Coen, parecen perder fuerza. Las últimas películas de los Coen, como Macbeth, carecen del humor negro que los definía, y algo similar ocurre aquí: a Benny Safdie le falta el toque de su hermano Josh (que prepara Marty Supreme). Esto deja a The Smashing Machine como una cinta fallida, que no aprovecha su premisa ni arriesga como Diamantes en bruto, donde la cámara, el estilo visual y la puesta en escena hacían brillar una historia que, en principio, parecía simple.

The Smashing Machine es una decepción que se sostiene por la transformación de Dwayne Johnson, probablemente candidata al Oscar, ya que Hollywood adora estas reinvenciones físicas (subir o bajar 20 kilos parece garantía de nominación). El boxeo, un género cinematográfico en sí mismo, quizás porque sea uno de los deportes más primitivo, ha dado grandes películas, pero esta no está entre ellas. Si buscas ver a Johnson en un registro nuevo, vale la pena; si esperas una cinta innovadora, te dejará con ganas. Los Safdie son mejores juntos, y esta película lo demuestra.

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