El sonido es un pilar fundamental para contar una película, no solo para sumergir al espectador, sino para sugerir emociones y narrar la historia. Algunos dicen que el cine perdió su esencia con la llegada del sonido, pero no estoy de acuerdo: cuando se usa bien, puede ser tan poderoso como la imagen, incluso más. Warfare, dirigida por Alex Garland y coescrita con Ray Mendoza, es un ejemplo perfecto. Garland, que ya destacó por su cuidado del sonido en Civil War, lleva esta herramienta a otro nivel en esta cinta bélica visceral y antibelicista (como todas las buenas películas bélicas), ambientada en una guerra más cruda que su predecesora. Mientras Civil War era casi una road movie con pocos tiroteos, esta película se sumerge de lleno en el conflicto, con un enfoque estratégico y humano.

Garland ha dicho en entrevistas que esta película debería ser vista por cualquier joven de 16 años que idealice el ejército o el patriotismo. Su mensaje es claro: la guerra no es glorificar la bandera o morir por la patria, porque sin vida, no hay patria. Esta idea es el germen de una cinta que muestra las consecuencias brutales del conflicto. La trama se centra en un grupo de soldados atrapados en una casa rodeada de enemigos, con dos heridos graves que deben salvar. La premisa es simple —escapar con los heridos—, pero lo que destaca es cómo se cuenta. Una escena clave, donde intentan excavar pero son bombardeados, resume la crudeza y el enfoque en las secuelas, no solo en la acción.
El sonido es el alma de la película. Garland lo usa magistralmente, sabiendo cuándo subir el volumen, cuándo distorsionarlo con el estruendo de las bombas, o cuándo callarlo, como en el final de El padrino III de Coppola. Los gritos, las órdenes solapadas por walkie-talkies y los lamentos de los heridos crean una tensión inmersiva que pone al espectador en el centro del caos, sintiendo lo mismo que los soldados. La fotografía refuerza esta atmósfera, con escenas nocturnas donde las siluetas apenas se distinguen, reminiscentes de Sicario. La cámara se coloca en el corazón de las decisiones tácticas, mostrando la guerra como una mezcla de estrategia teórica y caos humano, al estilo del desembarco de Normandía en Salvar al soldado Ryan, pero confinado a un solo edificio.

La película bebe de clásicos bélicos del siglo XXI como Black Hawk Down, En tierra hostil o El francotirador de Clint Eastwood, todas ambientadas en Irak. Sin embargo, Warfare tiene su propio sello al centrarse menos en la batalla y más en la estrategia y las consecuencias. Las coreografías militares, asesoradas por veteranos, son precisas y realistas, un detalle que se aprecia especialmente al final, cuando se muestran imágenes de los soldados reales que inspiraron la historia, un recurso común pero efectivo. El único momento de alivio es al principio, con los soldados bailando un videoclip tecno, un atisbo de humanidad antes de descender a un infierno de violencia.
En resumen, Warfare es una película bélica intensa y bien ejecutada, que brilla por su uso del sonido y su retrato crudo de la guerra. Aunque no reinventa el género, su enfoque estratégico, su mensaje antibelicista y la colaboración con veteranos la hacen destacar. Si te gustan las cintas bélicas como Black Hawk Down o buscas una experiencia inmersiva, esta película merece la pena. Es un recordatorio brutal de que la guerra no es heroísmo, sino supervivencia.