Decía el filósofo danés, Søren Kierkegaard, envidia, “desdichada admiración”.
Sonrisa entre dientes, miradas al suelo, silencios, sarcasmos. Sabemos qué hacer o decir para no herir a los demás, pero nuestro Yo nos incita a hacer y decir precisamente eso que debemos callar. Porque cuando es el ego quien habla, sus tentáculos atraviesan todos los espacios del alma del otro y también deposita la semilla venenosa en la nuestra. Nos vamos de allí un poco más grandes, pensamos, pero habiendo hecho al otro más pequeño, y sembrando la semilla del resentimiento. Hay belleza en hacer sentir a todos superiores a ti. Sí, Superiores, y no iguales. Basta con ver a los demás y al mundo en nosotros mismos, de esa forma tan simple muere el Yo – el origen de todos los males – Sabiendo que las palabras son las semillas que crean nuestra vida, nos mostramos curiosos, ingenuos, estúpidos y torpes en tantísimas cosas, y siempre deseosos de aprender, como niños. Porque nadie envidia a quien consideran inferior, ese no tiene enemigos, y todos se compadecen de él.
José Luís García 14 de septiembre de 2022
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