Hoy perdí el trabajo y no quería volver a casa, por lo que pasé la mañana caminando por la ciudad si saber adonde ir… hasta que entré en esa vieja sala de cine.

Me siento, las luces se apagan… sólo pienso en mis hijos…¡Necesito un empleo…! ¡Vaya…qué música tan bonita! Me digo.

– Perdone, ¿sabe cómo se llama la película? -¡Shhh!

Dicen que cuando entraron en aquellos campos de exterminio encontraban aquí y allá cadáveres ambulantes arrastrando sus pies entre los barracones… Y esas bombas atómicas… ¡Dios mío! ¿Será verdad?…Dicen que decenas de miles de vidas se evaporaron en segundos… Que bonita es la música. Y ella es muy guapa, me recuerda a Sadie, Sadie es más guapa… Quizá un día se acabe la guerra. Tendré mi propia empresa, iré al cine con mis hijos y mi esposa, y no tendrán que ver a su padres despiertos hablando en la cocina después de la cena. Volved a la cama, les diré, y dormirán, y no tendrán pesadillas. Y Sadie y yo abriremos una botella de vino y bailaremos mientras suena un vinilo de Glenn Miller, y desde la escalera nuestros hijos nos mirarán sonrientes y bailaremos todos en el salón. Crecerán sanos, Sadie y yo les curaremos sus rodillas y sus manitas, tendrán ropa, agua, comida y un techo. Los abrazaremos en sus primeros desengaños, daremos paseos en bici al atardecer los días de verano hasta el lago. Tomaremos un avión a Nueva York por navidad, y patinaremos sobre el hielo en Central Park y no habrá temor que nos lo arrebate. Irán a la universidad, y Sadie y yo envejeceremos tranquilos. Vendrán a vernos, y haremos barbacoa, y tendremos nietos a los que contar aquella vez que me metí en una sala de cine el día que me despidieron y…

-¡Ha terminado! ¡La guerra ha terminado! – Gritaron al fondo.

Los pocos que estábamos sentados allí miramos a aquel tipo y nos miramos unos a otros, hasta que alguien en las primeras butacas lanzó un periódico al cielo y gritó de alegría. Todos comenzamos a salir de la sala arrastrados por un entusiasmo fuera de control. Afuera el bullicio, las aceras estaban repletas de gente saltando y bailando y había tantos coches que ninguno podía moverse, y tampoco importaba, nadie tenía prisa, nadie quería irse de allí. Sentí que aquella fantasía era propia de una película, que no podía ser real, nunca vi tantísima felicidad. Seguía sin tener empleo pero aquello ya no me pareció tan horrible.

José Luís García, 3 de agosto de 2022.

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